jueves, 5 de junio de 2008

Hay quienes se despiden olvidando
están los de los portazos
los de los golpes en la cara,
autoinflingidos
o cuidadosamente colocados
por mano ajena;
hay los que lloran de parado,
los que se acurrucan de gemidos,
los que gritan
los que besan
los que no se limpian los mocos
los que se despiden de parado y los que se acurrucan de gemidos

los que duelen
los que se clavan las uñitas de la mano
en la mano
-en la misma mano-
y entonces llevan las palmas adornadas con lunitas
nacidas de las uñas
de los dedos
de las mismas manos.

Hay los que no saben despedirse
los que insultan y gritan de parado
los que echan
los que invitan a la última
.............................mano con mano
los que empiezan
a olvidarse,
los que ya olvidaron
los que gritan en las palmas de la mano
los que no se limpian las uñitas
los que duelen
los mocos
las manos
los que besan
los que fuman,
hay quien llora
y están los que gritaron.

miércoles, 4 de junio de 2008

viernes, 4 de enero de 2008

Las descorazonadas

Demasiado bien conocía el extranjero la manera de granjearse el cariño de las familias que lo recibían: una anécdota contada en el momento justo, en voz muy baja, sin la afectación de los cuentacuentos de cantina, un almuerzo preparado desde temprano en secreto, enamorar a la hija más frágil ; todos trucos que dejaban en aquellos que lo habían aceptado un sabor a derrota ridícula, un cómo no nos dimos cuenta, pero que envolvían por la habilidad y la rapidez con que los ejecutaba.

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Ibarguren gritó al ver a su hija en el fondo del estanque. Tardó en entenderla degollada debajo del agua, tardó también en acomodar la repentina ausencia del hombre a quien había ofrecido su confianza entre los sucesos de la tarde, que revisaba una y otra vez con la obsesiva meticulosidad que en algunos despierta lo irrevocable.

Cuatro centímetros de profundidad, le dirían luego, tenía el tajo calado en su garganta.

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Se movía con cuidado en cada casa que habitaba. No molestaba, daba la impresión de que rumiaba un viejo dolor, sin sobresaltos. Todos los que lo describieron hablaron de él como un hombre alto, bello, silencioso: “Curtía una soledad callada”, pudo decir Ibarguren cuando la policía, que ya buscaba a un hombre alto, bello y silencioso, preguntó por él.

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Callado, estirando el cuello, Greco vio a Carrigan alejarse rumbo a la tranquera, sin despedirse, cargando las dos maletas de cuero oscuro con las que había llegado. No vio a su hija seguir con los ojos empapados la figura alta, cada vez más fina, más allá de las casuarinas; giró la cabeza solamente cuando se hizo tan chica que ya le dolía enfocar con sus ojos viejos.

Apenas con un movimiento leve de los labios vio Franco Greco a su hija quitarse la vida: usó un cuchillo viejo, desafilado, no dudó.

Cuatro centímetros de profundidad, le dirían luego, tenía el tajo calado en su garganta.






¡Uno de terror!

Primer intento.