domingo, 21 de marzo de 2010

Fútbol

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Al final sí se me ocurrió hoy cómo contar mi historia futbolística. Todo es cierto, pero también son impresiones mías.
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En ese entonces yo tenía diez años, hacía dos o tres que había entrado al D** V*** Day School. La directora general había hecho la secundaria en el F****** Day School, entonces mi colegio era una especie de sucursal secreta del otro.
Si el nombre de un colegio tiene dos palabras en inglés, entonces los estudiantes usan uniforme. Para sacarnos la foto de quinto año -que para cuando yo terminé era tercero polimodal- hacíamos lo mismo que en el F******: los chicos se ponían la ropa de las chicas y las chicas la ropa de los chicos. La foto era siempre a fin de año, en verano. Ellas usaban el pantalón gris de vestir, nosotros la pollera escocesa tableada. Era muy fresca.
Era un colegio con inglés a la tarde, igual que el F******, y los deportes ocupaban un lugar importante en la escala de valores del colegio. Me imagino que en el F****** era igual. Jugábamos al rugby y al fútbol, las chicas hacían hockey y todos hacíamos atletismo. Yo ya sé, y ya sabía, que los deportes no son valores, pero me daba cuenta de que en ese colegio y en ese lugar del mundo igual ocupaban un lugar entre otras cosas que sí eran valores. Por ahí se podía no ser muy buena persona o muy creativo, o no ponerse nervioso pensando en qué carajo era eso del infinito que ni empezaba ni terminaba para atrás ni para adelante, pero había que meter mínimo dos goles por partido para estar contento con uno mismo y conseguir que Clara Lahore te diera pelota.
Una vez cada tanto yo metía uno, pero nunca fui bueno. En los torneos jugaba siempre en la B, salvo un día en que jugué en la A pero me aburrí porque el profesor solamente me puso a jugar diez minutos en un partido poco importante. Vi la final desde afuera con Juan Masdeu y me hinché las pelotas.
Después del pan y queso siempre me elegían entre los últimos, inclusive después de Jonatan Zellner. Jonatan era mi amigo, y yo siempre creí que no jugaba mejor que yo. En rigor, había muchos que elegían antes que a mí, pero yo ya sabía que ellos sí se lo merecían. Lo de Jonatan, además de molestarme por quedar entre los últimos, me molestaba porque me parecía injusto.
Una vez definí el partido que jugábamos los rojos contra los verdes en los sports: los sports eran el día del año en que nos la pasábamos jugando al fútbol, al rugby, saltando en largo, saltando en alto, era el día en que los que tenían músculos hacían lanzamiento de jabalina, de bala y todo eso. Había dos equipos en mi colegio, y, ese día, todos competíamos para ver qué equipo era mejor. Mi equipo casi siempre ganaba. En ese entonces todavía no había podido decidirme por uno, pero el verde iba a ser, y es hoy, mi color preferido. Yo era verde.
Ahora pienso que si me acuerdo tan bien del día en que definí un partido debe ser porque no definí tantos.

Hace muchos años que me gusta la música. A los tres años cerraba los ojos y cantaba entero el Taki Ongoy. Víctor Heredia tiene cosas horribles, pero ese disco me emocionaba y no me importaba el chorus horrible de las guitarras.
A eso de los trece empecé a escuchar Nirvana. Nirvana es una banda con canciones muy fáciles, y un día Jonatan Zellner, que tocaba la guitarra hacía un año o algo así, me enseñó todos los acordes mayores y todos los menores. Llegué a casa y saqué About a girl (http://www.youtube.com/watch?v=AhcttcXcRYY), una canción buenísima que tenía pocos acordes. Desde ese día solamente me acuerdo de estar haciendo eso a la vuelta del colegio.
Ahora estoy tocando un montón, aprendiendo a leer música y empezando a entender cosas de armonía: es como un sudoku, esta nota va con esta y no se puede repetir esta otra, y esta acá no puede ir, más o menos así, como un sudoku. Me sale bastante y me gusta mucho. Es lo único en lo que puedo poner en juego seriamente mi capacidad de abstracción.
Hace un año empecé a jugar al fútbol con un grupo de amigos todos los lunes.
Tengo un amigo que se llama Matías. Lo conocí hace muchos años.
Siempre le tuve mucho miedo a las enfermedades, sobre todo a las mortales, como el chagas.
En las vacaciones de verano del 2005 me fui con algunos amigos al norte. Terminé viajando solo unos días. En Purmamarca paré en un cuartito sin revoque. Antes de sentirme como en mi casa empecé a buscar en las paredes unas marcas que, había leído en internet, son indicio de que hay vinchucas:

En las viviendas, la presencia de la vinchuca se descubre con relativa facilidad por medio de sus deyecciones, de color pardo-amarillento y negro que manchan las paredes como si fueran gotas de tinta china.
(http://www.mflor.mx/materias/temas/malchagas/malchagas.htm)

El cuadro, entonces, era este: una mochila sin desarmar en el suelo, un chico con el pelo largo, la barba crecida y ganas de bañarse mirando la pared a diez centímetros de distancia con cara de preocupado, buscando manchas de tinta china.
Matías entró al mismo cuartito media hora después. Era un chico con el pelo largo y la barba crecida, del que no puedo decir con certeza que tuviera ganas de bañarse, aunque seguramente tenía. Dejó la mochila en el suelo, se paró frente a la pared y empezó a recorrerla meticulosamente con la mirada. Yo lo miraba a él, atónito. Inmediatamente pensé: "Este pibe tiene que ser mi amigo".
No tuve muchos grupos de fútbol. Creo que solamente dos, o dos y medio. El primero que tuve no me vio festejar muchos goles. Jugaba con muchos amigos que jugaban más o menos, nadie exigía mucho de nadie y, para no desentonar, yo no brillé demasiado. Cada tanto hacía algo bueno, pero en general las piernas no me respondían como yo esperaba. Sentía que mi cerebro mandaba una orden y ellas hacían lo que podían. Como cuando la cadena de la bici se traba y vuelve a andar.
Tuve un grupo de fútbol de transición cuando dejé al primero por problemas de horarios. Jugaba los miércoles con unos amigos de Lean. Eran todos bastante buenos. Lean juega re bien, y sorprendentemente yo empecé a sentir que yo también jugaba bien con esos señores. Eran señores, habían dejado de ser pibes hacía más o menos cinco años, y jugaban gritándose encima como juegan los hombres. Antes de empezar el primer partido pensé "Para qué vine..." pero al final uno o dos me dijeron "¡Bien, Santi!", y hasta uno dijo "¡Enorme, Santi!". Yo no entendía nada.
Si Lean lee esto va a decir que ese no fue ni por asomo un grupo de fútbol del que yo fuera miembro. Esa parte es verdad, jugué tres veces. También podría decir que yo no jugué tan bien esos partidos, pero para mí sí, y yo sentí algo que había sentido pocas veces.
Durante mi niñez solamente había un partido por año en el que jugaba bien: el cumpleaños de Esteban Huer se hacía en una cancha de fútbol cinco. Ahí no conocía a nadie, y por alguna razón, a pesar de que eran todos futboleros, no desentonaba. Una vez, después de jugar, me apoyé en un escupitajo horrible que había en la pared. Todavía me da asco.
En el último partido que jugué con ellos, igual que todos los años en Cabrera fùtbol 5, entré, me cabecearon la cara y estuve tres días internado en el Hospital Italiano. Fue raro, mi papá había muerto ahí poco tiempo antes y era fuerte estar ahí de nuevo; creo que para mi mamá fue peor. Igual estaba muy mareado. Se me había fisurado el hueso del pómulo, creo que se llama malar, y estuve en observación porque si mi cuerpo no respondía bien por sí solo me iban a tener que poner una placa de titanio en la cara. Además no podía leer porque se me había jodido algo de las órbitas y le veía a mi mamá la pera en donde en realidad ya tenía la boca. Me costaba caminar, y cada vez que me llevaban en silla de ruedas a algún lugar para hacerme un estudio, vomitaba. Un médico que me iba a hacer una resonancia vio los fideos en el suelo y me dijo:
- Tenés que masticar mejor.
Pero no siempre me había ido tan mal en los cumpleaños de Esteban. En todos los anteriores había tenido actuaciones aceptables, y una que otra notable. Después del partido comíamos panchos. Me sentía bien. Esa era la sensación que tuve los tres partidos que jugué con los amigos de Lean.
Ahora tengo un grupo de fútbol nuevo, y estoy jugando bien y metiendo muchos goles. Le cuento a mucha gente, porque aunque no se den cuenta de las implicancias que tiene si no les cuento toda esta historia, me pone contento contarlo. Cuando me encontré con Santi Sarapura, un amigo de la primaria y la secundaria que jugaba bien al fútbol, era muy lector y además inteligente, gracioso y le gustaba a las chicas, le conté. Creo que él también se puso un poco contento.
Matías, que es muy inteligente y hace análisis de las cosas muy buenos, dice que estoy jugando bien porque estoy aprendiendo música y tocando mucho, y por ahí así esté ejercitando la motricidad fina. A mí, que siempre me gustó un poco la ciencia y estas explicaciones medio caprichosas pero seductoras, me parece que puede ser. El cerebro es muy raro.
Ojalá mañana no siga lloviendo. Tengo partido contra la banda de Marce.

6 comentarios:

Cecilia dijo...

¿Te acordás cuando éramos compañeros de la facu y solíamos agarrarnos la remera y decir "GOOL" por cualquier cosa?

Sos un gol de persona y me encanta tu cuento, me encanta que juegues bien al fútbol, que seas músico, que de chiquito jugaras mal y menos mal que no tenés una chapita en la cara, pero lástima que se murió tu papá.

Te felicito y te quiero por TODO.

Unknown dijo...

A esos putos de La Mascarada nos los vamos a comer en dos panes.

Anónimo dijo...

Me dan un poco de miedito esto de los comentarios. Como que hay que dejar algo dicho, breve y encima importante. Me gustó el cuento SanSan. Y eso que no suelo leer blogs (sí, esta oración no tiene relación con la otra, pero quería decir las dos cosas) No sabía que el pibito de nirvana era teñido.

Anónimo dijo...

Anónimo es Anaclara (en este caso)

Maco dijo...

Qué lindo relato. Me gusta mucho cómo contás las cosas.

Voy a seguir leyendo.

Saludos!

La Cenefa dijo...

Maravilloso relato.
Saludos. volvermeos